Creepshow

El colmo del terror

Lun, 08/26/2019

Creepshow (1982) es una pieza extraordinaria de ingeniería cinematográfica; en ella se superponen cada una de las marcas distintivas del thriller y del cine de terror, más la inventiva que le asistió siempre a la filmografía de George Romero, su director.

Romero es uno de los cineastas más celebrados del género por el grado de autoría con que edificó sus filmes. Este realizador sostuvo su obra, en lo fundamental, a partir del despliegue de una figura altamente popular dentro de las coordenadas del cine de terror y de toda la cultura contemporánea: el zombie. Al punto de que se le reconoce como el creador del modelo arquetípico que conocemos en la actualidad, con las marcas que lo caracterizan y distinguen. La noche de los muertos vivientes (1968) es un clásico del cine americano de terror que, además de la excelencia de su factura y la profundidad reflexiva de su trama, reinventó el arquetipo de esos muertos vivientes. Romero ha generado una amplia bibliografía que lo posicionan como un referente ineludible, no solo por la personalidad de su artificio fílmico, sino por su consagración a los dictados del cine independiente, distante de las pautas, normas y coordenadas del mainstream hollywoodense. Además, sus cintas están cargadas por agudas críticas a aspectos medulares de la sociedad norteamericana, como el racismo, el consumo o los medios de comunicación, lo cual, sin dudas, catapulta el impacto.

Entre las obras de Romero, Creepshow luce como una pieza recorrida por un ánimo de creatividad notable, en la que se manufacturan con originalidad los códigos del terror en un homenaje explícitos a los productos de EC Comics de los años 50. Una cinta que cuenta con la escritura de Stephen King, quien nutrió el metraje con su marca distintiva sin rebajar jamás su personalidad propia: una mezcla elocuente entre cine B, grotesco, parodia del género e historieta, un pastiche logrado con toda coherencia que hace de esta obra extraordinaria.

La película reúne cinco cortometrajes: «Father's Day», «The Lonesome Death of Jordy Verrill», «Something to Tide You Over», «The Crate», «They'reCreeping Up on You!». Los mismos están entrelazados a partir de una estrategia narratológica ciertamente ingeniosa: el pequeño Billy es castigado por su padre por leer un comic de terror titulado Creepshow, nada menos. De entre sus páginas, que terminan en el latón de basura después de la amonestación del padre, emergen las historias que se van sucediendo en el filme, separadas por segmentos de animación que remedan la estética del propio comic. Cada uno de los episodios desarrolla un pasaje típico del universo del terror. El primero recupera la figura del zombie; el segundo narra la llegada a la tierra de una fuerza maligna en un meteorito que cae en una granja de los Estados Unidos; el tercero relata la muerte de un individuo de mano de los fantasmas de su esposa y su amante, a quienes él ha asesinado previamente; el cuarto recoge los crímenes de una criatura monstruosa que ha estado encerrada por décadas en el sótano de una universidad; y el quinto escenifica la muerte de un hombre que padece de misofobia y es atacado en su hermético apartamento por una invasión de cucarachas.

Como se puede apreciar, la sola motivación argumental aprehende una topología desglosada con bastedad por esta modalidad genérica. Ahora, el registro de tantos lugares comunes y su orquestación a partir de estilemas pertenecientes al comic —que incluye desde la caracterización de los personajes hasta la recreación del espacio y la puesta en escena—, más los elocuentes matices humorísticos con que se alimentan las tramas, colocan a Creepshow en tierras de lo sublime. ¿Cómo esta película consigue atrapar al espectador con historias que parecen mil veces vistas? Gracias al ingenio y la creatividad de su estilo; a la fuerza expresiva de su artífico fílmico. Al ver Creepshow, no pude menos que recordar a Umberto Eco cuando escribía de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) que «cuando todos los arquetipos irrumpen sin pudor alguno, se alcanzan profundidades homéricas».

El thriller cuenta entre los modelos fílmicos más fascinantes de la joven Historia del cine. Los códigos estilísticos, el registro expresivo y las marcas formales sistematizadas por este género —e incorporadas a múltiples realizaciones de distintas aspiraciones creativas, resultan notables invenciones del arte cinematográfico. Mas el género mismo, en todo el esplendor de su armazón estructural e ideológica, constituye una expresión de complejas implicaciones socioculturales y estéticas. El thriller se ha insertado al centro mismo del imaginario popular hasta posicionarse como una sustancia inapreciable del gusto masivo. Incluso llega a ser depositario de inteligentes reflexiones sobre los individuos y la sociedad, más allá de la promiscuidad lingüística que sufre a consecuencia de la facilidad con que sus marcas narrativas, figuras, motivos y esquemas de representación son instrumentados en la geografía del audiovisual. Tildado como un «género menor», ha experimentado las más lamentables subestimaciones, pero constituye aun una práctica discursiva que perfila una experiencia de recepción, sin dudas, estimulante.

Creepshow representa justamente una revancha del género.