Fotograma de El bueno, el malo y el feo

El bueno, el malo y el feo: triángulo pistolero con muchos puñados de dólares

Vie, 08/09/2019

Con El bueno, el malo y el feo (1966), Sergio Leone concluye la suerte de tríptico inaugural de su indeleble incursión en el western y en el cine todo, iniciada unos años antes con Por un puñado de dólares (1964) y Por unos dólares más (1965). Estas cintas devinieron contundente manifiesto estético y discursivo del realizador, cuyo ingente amor por el género y el gran conocimiento de este lo llevaron a revolucionar/reformular a fondo sus concepciones; así como a erigirse en la influencia definitiva de contemporáneos como Corbucci, Sollima, Pekinpah, Siegel y Hill; y subsiguientes creaciones, hasta el sol de hoy, incluyendo las mayores bizarrías de El topo (Alejandro Jodorowsky, 1970), Dead man (Jim Jarmuch, 1995), Sukiyaki Western Django (Takashi Miike, 2007) y Rango (Gore Verbinski, 2011).

Última colaboración entre Leone y su actor fetiche Clint Eastwood, siempre en el rol del “hombre sin nombre”, comúnmente apelado Blondie (rubito), El bueno… implica, no obstante, una torsión del registro dramático mantenido en las entregas previas: se aleja de sus atmósferas tan densas como la sangre derramada a borbotones y tan tensas en su constante exudación de violencia. Expone —casi por única vez en su filmografía— la veta satírica que subrepticiamente recorre Por un puñado… y Por unos dólares…, y parodia sin miramientos la desolada “gravedad” de su propio cine.

Bajo un título que apela a (estereo)tipos bien anclados en el western y más allá, rompe Leone con el clasicista esquema binario héroe-villano, o más justamente: protagonista-antagonista; a partir sobre todo de la reconfiguración radical del hasta ese momento complementario e icónico sidekick (Walter Brennan et al.), tercer elemento este que en tantas y tantas películas proporcionaba el balance y el consejo necesarios, siempre desde un cariz positivamente eleccionador —incluyendo el Howard de Walter Huston en El tesoro de Sierra Madre (John Huston, 1948)—.   

El tragicómico y antiheroico Tuco (el feo) de Eli Wallach viene, entonces, a resultar personaje definitorio y axial de la cinta. Subráyese su origen mexicano, que viene a reivindicar al “otro” no occidental-caucásico (aborigen, mexicano, chino, negro, no-estadounidenses en general), reducido también a la subordinación (Tonto et al.) o la infrahumanidad en los westerns clásicos, desde un indudable aliento colonialista y racista.

De hecho, Tuco —cuyos orígenes podemos advertir en el Sancho de Cervantes, y seguir su rastro hasta el José Luis Torrente de Santiago Segura o el mismísimo Shreck— resume a tal punto los matices caracterológicos más rígidos del “bueno” (Eastwood) y el “malo” (Lee Van Cleef), que estos devienen emanaciones parciales del grotesco bandolero. Son más bien demonios personales que lo atormentan en su sendero fatídico, que no deja de tender a la felicidad y la realización personal como fines últimos.

Blondie avanza en su ambigüedad y se refuerza en su inmaterialidad anónima, casi fantasmagórica, de amoral trickster, cuya sobrenaturalidad casi satánica —en estrecho diálogo con el Voland de Bulgakov— la consolidaría el propio Eastwood como actor-director en High Plains Drifter (1973). Es una fuerza que se encarna momentáneamente para castigar o aleccionar a los humanos descarriados. O visto de otra manera, es el cínico definitivo, filosófico.

El Angel Eyes (Sentenza en la versión italiana) de Van Cleef, al igual que Blondie, no tiene pasado. Es obliterada toda insinuación de historia personal. Es un ente claramente malvado, la amenaza casi abstracta que se cierne sobre los otros dos protagonistas, obligados a trascenderla para seguir su juego de entrampes. Pero, aun respondiendo más nítidamente al rol-tipo asignado por Leone, se delata igualmente como el personaje más ingenuo del trío: al final del día, es el regador regado.

Tenemos entonces que Tuco es el único personaje con un pasado distinguible, por lo que alcanza verdaderas dimensiones de alegoría épica del ser humano en su tozuda y eternamente inconclusa búsqueda de la felicidad. Inicia y finaliza el filme con la soga al cuello y las manos atadas, luego de recorrer un circular sendero que lo condujo desde él hasta él mismo.