Moby Dick

De Nantucket a Moby Dick

Mar, 05/05/2020

Desde que supe de Herman Melville (1819-1891), siempre aspiré a ver uno de esos docudramas donde me mostraran a un tiempo la complejidad del hombre y las obstinaciones del escritor. Todavía espero el material. En la espera recuerdo Moby Dick (1956), de John Huston. Por cierto, aún considero la versión en blanco y negro más impactante que la original en technicolor. Adaptaciones posteriores han pasado con muchas penas y ninguna gloria.

Cuatro años antes de conmemorarse el bicentenario de Melville se estrenó En el corazón del mar (Ron Howard, 2015). El largometraje del también director de Una mente maravillosa, Desapariciones, El luchador, El código Da Vinci… no es otra adaptación de la narración épica marina, sin embargo, condensa y anticipa el espíritu de Moby Dick

De hecho, el punto de partida se encuentra en el libro Narración del más extraordinario y desastroso naufragio del ballenero Essex, del primer oficial Owen Chase. Nathaniel Philbrick también redactó un documento histórico que tituló En el corazón del mar: la tragedia del ballenero Essex. Aquí la historia marítima es contada desde el punto de vista del grumete Thomas Nickerson sin despreciar la visión de Owen Chase.  

Como personaje en la película de Howard, Melville (Ben Whishaw) visita a un viejo y atormentado Nickerson (Brendan Gleeson), quien le relatará los embates de una terrible tormenta y la ofensiva bestial del gigantesco cetáceo que condenaría casi todas las vidas de la embarcación Essex, no sin antes bajarles los sumos a sus tripulantes. 

Nickerson escribiría La pérdida del barco "Essex" hundido por una ballena y la trágica experiencia de la tripulación sobre botes balleneros. Otra narración encontrada en 1960 publicada en 1984. La obra cinematográfica respalda más el escrito de quien era aprendiz en el lejano 1820 que lo descrito por el primer oficial. Mas, es sabido que el manuscrito prestado en alta mar por el hijo de Owen a Melville, quien era todavía marinero en el Acushnet, le sirvió de informe directo sobre lo ocurrido.

Melville, según el documento, decidió por ética soslayar los actos explícitos de canibalismo cada vez que moría algún sobreviviente. Configuró —desde un enfoque realista— una ficción de fuerte carga simbólica en las que las referencias bíblicas, shakesperianas y de la propia actividad de los balleneros, sus conocimientos de cetología, así como la vida marinera en general están estrechamente vinculados. 

Moby Dick o La ballena (1851) [1] nos embarca hacia una vecindad tensa entre el hombre y la naturaleza, entre lo conocido y misterioso, entre la serenidad y concentración y la violencia y el descontrol. Es una descomunal alegoría de contrastes existencialistas y metafísicos. 

En el corazón… asistimos a la trama de una de las peores supervivencias: la de incomunicación marina y la inclemencia meteorológica, la del hambre y la carencia de agua…, una supervivencia solo comparable con la que puede alguien experimentar en el desierto. Acaso un análogo de la monstruosidad oceánica.

Aun cuando el peso fuerte en el filme recae sobre Nickerson viejo (Gleeson) y joven (Tom Holland), el capitán George Pollard (Benjamin Walker) y el oficial Owen Chase (Chris Hemsworth), los guionistas tienen el tino de no regodearse demasiado con la presencia y satisfacción de Mocha Dick, caso de Orca, la ballena asesina (Michael Anderson, 1977). Ella irrumpe cuando tiene que hacerlo. En el corazón… es el relato de un grupo de supervivientes.

Logra el extenso largometraje reflejar esas primeras décadas del siglo xix estadounidense, en el que el mundo de la pesca dio trabajo a hombres y mujeres y fue fuente de ingreso importante para la industria ballenera. En este sentido, es muy afortunada la recreación epocal en la que se distingue el marino arribista del profesional comprometido con sus compañeros de travesía y búsqueda, con su embarcación. 

La trama no podía recaer directamente en el (mal)trato del cetáceo, pues importa mostrar al ser humano en su contexto de aparente seguridad y dominio para, luego de la desventura inicial (el encuentro con la ballena), exhibirlo al pairo, impotente y a la merced de Dios. 

Además, no es el cachalote albino el antagonista de esta historia, sino las circunstancias adversas de la vida y, en los momentos de juicios, de la esperanza. Resulta revelador, en todo un episodio de “humanización” del animal, cómo nada piadoso entre las dos únicas balsas y, después de observar a Chase, resuelve desistir de estos hombres ya escuálidos y agónicos. 

La película alterna entre las conversaciones de Melville y Nickerson y lo sucedido a los tripulantes del barco ballenero, y el director se decanta por los acontecimientos del pasado. Amén de que la tecnología permite recrear la furia del mar como la aparición y entrada en el mismo del impetuoso mamífero, es primordial comprender la influencia del suceso en la obra del novelista, un incidente inusitado y digno de rememorarse. 

Por su parte, vale destacar ese momento en que el marino retirado le pregunta al Melville entrevistador por uno de sus secretos y él le contesta no ser tan fascinante y notorio como Nathaniel Hawthorne. Una respuesta estupenda para quien pudo, como se sabe, confesarle algo frecuente entre navegantes.

En 1819, año de concluida y de exhibición de la imponente pintura al óleo La balsa de la Medusa, Théodore Géricault recrea las oposiciones entre vida y muerte, belleza y fealdad, desaliento y esperanza a partir de un suceso de resistencia al instante del naufragio de una fragata francesa en 1816. La obra escandalizaría en su momento. No se entendió que la apreciación estética en el arte difiere de la atención hacia un suceso verídico e histórico, reconocible quizás por el título alusivo. 

Ernesto Sabato recuerda que lo de Géricault representa la revuelta del yo, la proclamación de los “derechos del corazón”. Los hombres de la Medusa aguantaron trece días hasta que fueron rescatados. Los del ballenero Essex más de noventa. A los sobrevivientes no les quedaban fuerzas ni siquiera para morirse. En el corazón del mar se alude a ese espantoso destino en el que el yo fue asfixiado como nunca. Memorándum oportuno para los desapegos del corazón.

Nota: 

[1] El 20 de agosto de 1851 un cachalote herido golpeó y hundió el barco ballenero Ann Alexander. El hundimiento de esta embarcación propició el éxito de venta del libro de Melville, quien llegó a escribirle a su amigo Evert Duyckinck: “¡Oh, dioses! ¡Qué buen comentarista esta ballena del Ann Alexander! Lo que tiene que decir es breve, jugoso y muy apropiado. Me pregunto si mi diabólico arte ha convocado a ese monstruo” (Melville's Reflections, a page from The Life and Works of Herman Melville).