NOTICIA
Cine cubano premiado por Fenómenos naturales y Tengo una hija en Harvard
Todos los cinéfilos adictos al Festival conocen que cada año cobra mayor importancila la competencia de óperas primas. La película cubana Fenómenos naturales, de Marcos Díaz Sosa alcanzó el Premio Especial del Jurado en esta competencia, y así se apuntó el más alto galardón del cine nacional en esta edición número 45.
Como decíamos en un trabajo anterior para este mismo sitio, Fenómenos naturales, juega con los códigos del realismo mágico, en tanto un fenómeno natural se lleva volando a la protagonista y la saca de su realidad contingente: una granja aislada, cerca de un pequeño pueblo de Santa Clara, en los años ochenta. Con un reparto que integran Andrea Doimeadiós (El techo), Armando Miguel Gómez (Conducta), y Mario Guerra (Sergio y Serguei), Fenómenos naturales fue beneficiado por el ICAIC con el Fondo de Fomento del Cine Cubano en la categoría de Opera Prima, y en esa misma categoría ganó el Premio a mejor Ópera Prima en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara 2024, de modo que un posible premio en el Festival de La Habana puede confirmar su lanzamiento internacional.
En el reparto de Corales, aunque Cuba carecía de representación en la competencia de largometrajes de ficción, fueron reconocidos varios profesionales cubanos como el músico y compositor Ulises Hernández por la banda sonora de La invención de las especies, un filme ecuatoriano que sí está en competencia, fue escrito y dirigido por Tania Hermida, egresada de la Escuela Internacional de Cine y Tv (EICTV) de San Antonio de los Baños.
Los premios de la surrealista y bizarra Fenómenos naturales, junto con el recibido por Ulises Hernández, tampoco fueron los únicos galardones recibidos por la embajada cubana, porque el Premio Coral al Mejor Guión Inédito fue para Tengo una hija en Harvard, de Arturo Sotto, una historia que disfrutaron miles de cubanos mediante su versión escénica en el espectáculo titulado Oficio de Isla, dirigido por Osvaldo Doimeadios.
Y hablando de cubanos premiados, el diseñador Edel Rodríguez Mola recibió el premio al mejor cartel por el que diseñó para Los océanos son los verdaderos continentes, un filmes visto el año pasado y realizado en Cuba por el italiano Tommaso Santambrogio.
Los premios colaterales, que otorgan instituciones acreditadas en el Festival (aparte de los jurados oficiales), reconocieron a una sola de las producciones nacionales: el cortometraje Azul Pandora, de Alan González, que ganó el premio otorgado por la Unión de Periodistas y Escritores de Cuba. El corto fue uno de los ganadores en la convocatoria por la igualdad, la no discriminación y los derechos de la comunidad LGBTQ abierta por el ICAIC en 2021 y cuenta la atribulada historia de una trans cubana, encarnada por la actriz que se hace llamar Lady Chiv, acompañada por Eduardo Martínez, Mateo Menéndez y Yaite Ruiz.
En la nómina de competencia de cortometrajes de ficción, junto con Azul Pandora, figuraba Matar a un Hombre, de Orlando Mora, egresado en dirección en FAMCA y en la EICTV. Ha realizado los cortos titulados Brujo amor (2023) y Gémini (2022) entre otros. Con un reparto que incluye a Ángel Ruz, Eduardo Martínez, y Kiriam Gutiérrez, Matar a un hombre es un momento en la historia de Javi, que se aparece por última vez en el club queer donde trabaja como bailarín erótico, pero allí debe lidiar con Castillo, un usuario fijo que se resiste al hecho de que nunca más volverá a verlo.
Aunque no recibieron ningún premio oficial, vale destacar la calidad general de la representación cubana mediante obras como la mencionada Matar a un hombre y en el acápite documental: El bosque intermitente, con guion y dirección de Lázaro Lemus; La línea del ombligo, de Carla Valdés León, y La tierra de la ballena, de Armando Capó Ramos. En el primero de ellos hay un bosque, como apunta el título, en el occidente de Cuba, donde vive Hilario, un anciano de 76 años, que anota sus hallazagos en un diario: cuevas laberínticas, pictografías rupestres, animales prehistóricos y visiones nocturnas que lo despiertan en la noche. Impulsado por su curiosidad, Hilario se adentra en una cueva profunda, donde quizás tendrá que enfrentarse a la muerte.
Al igual que en su documental anterior Los Puros, Carla Valdés León reflexiona en La línea del ombligo sobre el paso del tiempo, la memoria y la familia. Ahora filma a sus abuelas en su despedida: sus manos, su retrato, la cadencia de una voz que se apaga. Para acogernos a la sinopsis oficial, evidentemente escrita por la realizadora, el documental habla sobre “ese espacio que habitan los recuerdos, un archivo familiar se convierte en un archivo de la nación. Como una promesa, la herencia es un vientre gigante donde alguna vez nos cargaron otras abuelas”.
Sobre la memoria y el paso del tiempo, sobre despedidas y homenaje a los ascendientes también habla La tierra de la ballena, realizada por uno de nuestros más importantes cineastas: Armando Capó. El documental relata el regreso de un cineasta a Gibara con la intención de realizar un documental sobre la muerte y varamiento de una ballena. Pero su motivación principal es rencontrarse con sus antiguos maestros antes de que sea demasiado tarde. Este viaje, más que un homenaje a sus maestros, es una despedida. Apenas es preciso explicar que Capó es oriundo de Gibara, de modo que el documental está realizado en primerísima persona.
Orlando Mora es egresado en dirección en FAMCA y en la EICTV. Ha realizado los cortos titulados Brujo amor (2023) y Gémini (2022) entre otros. Con un reparto que incluye a Ángel Ruz, Eduardo Martínez, y Kiriam Gutiérrez, Matar a un hombre es un momento en la historia de Javi, que se aparece por última vez en el club queer donde trabaja como bailarín erótico, pero allí debe lidiar con Castillo, un usuario fijo que se resiste al hecho de que nunca más volverá a verlo.
En trío llegaron los largometrajes documentales que compiten por el Coral en esa categoría: El bosque intermitente, con guion y dirección de Lázaro Lemus; La línea del ombligo, de Carla Valdés León, y La tierra de la ballena, de Armando Capó Ramos. En el primero de ellos hay un bosque, como apunta el título, en el occidente de Cuba, donde vive Hilario, un anciano de 76 años, que anota sus hallazagos en un diario: cuevas laberínticas, pictografías rupestres, animales prehistóricos y visiones nocturnas que lo despiertan en la noche. Impulsado por su curiosidad, Hilario se adentra en una cueva profunda, donde quizás tendrá que enfrentarse a la muerte.
Al igual que en su documental anterior Los Puros, Carla Valdés León reflexiona en La línea del ombligo sobre el paso del tiempo, la memoria y la familia. Ahora filma a sus abuelas en su despedida: sus manos, su retrato, la cadencia de una voz que se apaga. Para acogernos a la sinopsis oficial, evidentemente escrita por la realizadora, el documental habla sobre “ese espacio que habitan los recuerdos, un archivo familiar se convierte en un archivo de la nación. Como una promesa, la herencia es un vientre gigante donde alguna vez nos cargaron otras abuelas”.
Sobre la memoria y el paso del tiempo, sobre despedidas y homenaje a los ascendientes también habla La tierra de la ballena, realizada por uno de nuestros más importantes cineastas: Armando Capó. El documental relata el regreso de un cineasta a Gibara con la intención de realizar un documental sobre la muerte y varamiento de una ballena. Pero su motivación principal es rencontrarse con sus antiguos maestros antes de que sea demasiado tarde. Este viaje, más que un homenaje a sus maestros, es una despedida. Apenas es preciso explicar que Capó es oriundo de Gibara, de modo que el documental está realizado en primerísima persona.
Nos animamos a promocionar otra vez los filmes cubanos, aunque no ganaran ningún premio, porque el solo hecho de ser seleccionados para la competencia ya implica un reconocimiento. Y además así nuestros lectores se mantienen al tanto de lo que va produciendo.