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Cine cubano (de fiesta) recuerda a Manuel Octavio
Integrado a las más signicativas tradiciones culturales y artísticas de la Isla, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) celebra su aniversario 65, y lo celebra con una fiesta que abarcará gran parte del país, del 21 al 31 de marzo, según indicó Alexis Triana, presidente del Icaic. También se anunció la proyección, en la Cinemateca de Cuba, en la sala 23 y 12, de 40 títulos que serán expuestos en tres tandas diarias. Estarán todos los títulos de la filmografía nacional restaurados hasta ahora, y habrá homenaje especial al director Manuel Octavio Gómez, por conmemorarse en noviembre el aniversario 90 de su natalicio.
Tampoco es que alguien pueda hacer la historia del cine cubano, o seleccionar sus mejores películas, sin incluir al menos un título dirigido por el cineasta, crítico, guionista y escritor Manuel Octavio Gómez que se graduó de Publicidad y Periodismo en 1957, poco antes de cumplir 23 años, en una época en que también publicó cuentos y escribió para la radio y la televisión. Su vocación se encauzó hacia el teatro y la narrativa, además de publicar artículos en los periódicos La Tarde y Diario Libre, y también se vinculó con los proyectos culturales más avanzados de la época, como los que animaban la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo y Cine Club Visión. Muy pronto se integró a la Sección Fílmica de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde y trabajó como asistente de dirección en varios documentales y en el primer largometraje de ficción realizado por el ICAIC.
Es importante contar, al menos en un resumen como el anterior, el origen de algunas de las inquietudes culturales del creador, para poder comprender, por ejemplo, el espíritu periodístico que se registra en obras cardinales como Historia de una batalla (1962), La primera carga al machete (1969), Los días del agua (1971), y Ustedes tienen la palabra (1973) así como la comprensión integradora y desprejuiciada sobre la cultura nacional que el realizador puso de manifiesto, sobre todo, en Cuentos del Alhambra (1963), Tulipa (1967), Patakín (1982) y Gallego (1987), todas ellas incluidas en la retrospectiva de la Cinemateca.
A principios de los años sesenta, Manuel Octavio ya era considerado uno de los cineastas más aptos en el pequeño grupo de noveles que integraban el recién fundado Icaic. Por eso le encomendaron dos documentales: uno de vibrante actualidad, Historia de una batalla, que atesora algunos de los momentos más entrañables de la Campaña de Alfabetización, y otro de salvamento patrimonial, Cuentos del Alhambra, que cuenta la historia del antiguo teatro a partir del testimonio inapreciable de intérpretes como Sergio Acebal, Amalia Sorg, Blanca Becerra y otros, y otras, que inspiraron también, 25 años después, La bella del Alhambra, dirigida por Enrique Pineda Barnet.
En un espacio tan breve como una página de periódico, apenas pueden glosarse algunos de los méritos de las principales películas de Manuel Octavio, sobre todo de las más rupturistas y novedosas, como aquella que resultó privilegiada por su atrevida estructura de reportaje periodístico, noticioso, y cuya singularidad estética todavía sorprende muchas décadas después. La primera carga al machete pretendía revelar un nuevo naturalismo a partir de la expresividad de la cámara en mano y del sonido directo, puestos en función de recontar un acontecimiento de 1868. Y aunque relataba un suceso histórico, el filme se vale de la descripción distanciada y desdramatizada de una gesta, una epopeya, una época.
Los días del agua utiliza la cita culterana en alternancia con la imaginería popular o marginal (por ejemplo, en el segmento titulado «El evangelio según Tony Guaracha») para adentrarse en el sincretismo de la religiosidad popular, y en otros muchos aspectos caracterizadores de esos «seres apáticos y sin aliento» que somos los cubanos, según la definición que en el filme se escucha. El caos folclorista y el aquelarre doliente se racionalizan mediante el método del cinencuesta, y así aparece en la trama el personaje del periodista, tal vez concebido cual alter ego del cineasta, en tanto es él quien contrapone las múltiples opiniones en torno a los milagros curativos. Semejante capacidad para contemplar la realidad desde sus múltiples facetas, desde la visión cómplice, partícipe, que no destierra el criticismo, ni la objetividad, es tal vez otra de las características más notorias de las mejores obras firmadas por Manuel Octavio Gómez.
Fue la estética documental un terreno propicio para que el realizador aplicara su interés humanista, periodístico, a temáticas y personajes desmesurados, altisonantes, y épicos. Entre los basamentos de su filmografía se reitera la experimentación con el color y los escorzos descritos por la cámara (Los días del agua); el mundo de la representación escénica, del artificio y la teatralidad (Tulipa, Patakín); y los atributos del héroe cotidiano, común, de pueblo (Gallego) además de encontrar la inspiración en relatos de origen literario, teatral o histórico, como ocurre con la obra de Manuel Reguera Saumell en Tulipa, y de Miguel Barnet en Gallego, la historias reales y legendarias de Antoñica Izquierdo en Los días del agua; los anales de la primera insurrección mambisa en La primera carga al machete; la fábula yoruba que da lugar a Patakín…
Las películas que Manuel Octavio realizó sin el genial director de fotografía que fue Jorge Herrera, y sin la presencia dominante e iluminadora de la actriz Idalia Anreus —su pareja e intérprete principalísima de aquella época— no alcanzarían tanto vuelo o relieve. No obstante, se mantuvo vertical el interés del cineasta por ciertos paradigmas del arte popular (Patakín) además de su atención perenne a la perspectiva del perdedor, del otro (Gallego) cuya ajena mirada puede alumbrar complejas zonas del entramado social.
Volver a ver algunas de las películas de Manuel Octavio Gómez, repasarlas y repensarlas, significa más bien corroborar que se trata de la imaginación creadora más delirante que pueda uno encontrar en el cine de este país. Porque la ambigüedad genérica, estilística y conceptual constituye tal vez uno de los máximos atractivos de un legado cinematográfico a todas luces irradiante, un legado que es posible revisitar siempre en busca de la sorpresa y el descubrimiento. A tal revisitación nos invita la Cinemateca y su Fiesta del cine cubano.
(Tomado de Juventud Rebelde)