NOTICIA
Cancionero cubano en la historia de nuestro cine
La Fiesta Por el Cine Cubano programada entre el 22 y el 31 de marzo en conmemoración del aniversario 65 de la fundación del ICAIC se inauguró el jueves 21 a las 7:00 p.m. con una gala en el cine Yara en la que el centro es la exhibición de una copia recién descubierta del clásico Cancionero cubano (1939), dirigido por Jaime Salvador. Pero antes de que se apaguen las luces de la sala y nos remontemos a aquel año tan importante en la historia de la cinematografía nacional, realicemos un flashback…
Una andanada de críticas desfavorables recibidas por la película Estampas habaneras provocó que después del estreno, efectuado el 10 de abril de 1939 en la sala capitalina Radio-Cine, la directiva de la compañía productora Películas Cubanas, S.A. (Pecusa), decidiera reeditarla. Para lograrlo, su directiva decidió paralizar la filmación del siguiente título en su plan de producción: Cancionero cubano. Un anónimo periodista comentó —de acuerdo a información publicada en el semanario Cinema— que se suprimirían las secuencias más aburridas para sustituirlas por otras nuevas mucho más vivas con canciones e interpretaciones musicales de mayor calibre y con un sonido perfeccionado.
Con ese fin fueron construidos nuevos sets en los que filmaron números interpretados por las cantantes Zoraida Marrero, Aurora Lincheta, descubrimiento reciente de la Cmq, y Lita Lamar. Desconocemos la efectividad de esta reedición pues la única copia localizada de la película carece de estas nuevas secuencias. Cinema publicó la noticia de que la copia «reformada» a la cual la Pecusa dedicó una semana, se presentaría el 8 de mayo en el Payret.
Sin embargo, no se había estrenado aún La última melodía, otra de las películas en rodaje, y ya entre las fotos propagandísticas publicadas en Cinema el 11 de junio se incluía una del rodaje de Cancionero cubano, sexta producción de la Pecusa, iniciada en abril. La dirección fue también encomendada al cineasta catalán Jaime Salvador, con el equipo de realización acostumbrado. En la fotografía aparecía el compositor Ernesto Lecuona al piano en un set junto al decorador Paul Harmer, a quien aportó algunos cuadros de su propiedad para la ambientación del estudio.
El argumento de lo que en un principio se concibió como un cortometraje, era un solo un asidero para eslabonar incidentes humorísticos con una considerable cantidad de las más populares canciones del maestro Lecuona justificadoras del título. Fue escrito por José Sánchez-Arcilla quien, junto al compositor, se personificaron a sí mismos. El argumentista debutante inscribía ya dos obras teatrales de gran renombre: María Belén Chacón y La Perla del Caribe. Su sólido prestigio y popularidad condujeron a la dirección de la Pecusa a ampliar la película a diez u once rollos, lo cual interrumpió durante diez días el rodaje en los estudios de Cantarranas, situados en la carretera de Bauta. Toda la publicidad radicó en frases como estas: «La primera revista musical cinematográfica hecha en Cuba»; «Un desfile estelar maravilloso»; «La glorificación fílmica del maestro Lecuona» y «Una película simpática y agradable que usted querrá ver muchas veces».
Ver y escuchar a Lecuona en su interpretación de «La cajita de música» y «La comparsa», dos de sus obras más conocidas justificaba —a juicio de la compañía— la visión de la película. En un afán diferente por prescindir de intérpretes extranjeros y reunir lo más representativo del teatro vernáculo y los más valiosos elementos del arte lírico nacional, los productores reunieron en el reparto para la pareja de enamorados a «dos revelaciones»: la tiple Estrellita Díaz y el tenor Carlos Suárez, en la interpretación del vals de Lecuona «La dama del antifaz». Estrellita, de solo quince años, ganó todos los premios de la CMQ donde se iniciara y recibió el Gran Premio de Honor en el teatro Nacional el primero de diciembre de 1938 antes de interpretar la zarzuela Cecilia Valdés junto al veinteañero cardenense Carlos Suárez, quien dio sus primeros pasos en coros eclesiásticos y triunfó también en la CMQ. Ella abandonó la radio y él renunció a actuar en el teatro en la opereta La princesa del dollar, ante la propuesta de la productora cinematográfica.
Se unieron al elenco: la popular cantante del teatro y de la radio Zoraida Marrero, Aurora Lincheta, Jorgelina Junco (que interpretó «El frutero»); Margot Tarraza («Damisela encantadora»); la reaparición fílmica de María de los Ángeles Santana («Primavera»); la célebre comediante Alicia Rico en otro tenaz asedio amoroso al indiferente gallego (Federico Piñero), reforzado por el no menos imprescindible Alberto Garrido. Fueron acreditados, además: Consuelo Novoa, Alfredito Valdés, Ángeles Baxadós, Aida Cayro, Delia Rodríguez, Julito Díaz, Fernando Mendoza, Julio Gallo, el coreógrafo Sergio Orta, León Valencia, Carlos Alpuente, Felo Muzio, Nenita Núñez, Ernesto García y un conjunto de doscientos extras. El asistente de Salvador, Ismael Nieto, extendió su labor a la edición.
«La nueva compañía viene a poner los cimientos de un nuevo Hollywood, pero de un Hollywood cubano, un Hollywood nuestro», proclamó enfebrecido el periodista Leandro Robaina en la revista Bohemia del 31 de julio. Cinema consagró su portada el 30 de agosto a la promoción de Cancionero cubano. Una apresurada presentación de la película en el teatro Radio-Cine el lunes 7 de agosto de 1939 —el mismo día en que estuvo terminada— sin la debida aprobación de la Comisión Revisora de Películas, provocó multas de veinticinco pesos a los infractores: Mario Appiani, gerente de la distribuidora Zenith Pictures Co., situada en la calle Consulado no. 215, y a José A. Valcarce, empresario de la sala. Este incidente no afectó el extraordinario éxito de Cancionero cubano, que llenó a diario el Radio-Cine y, poco después, los teatros Rialto y Payret. El principal atractivo era la selecta recopilación de las obras musicales de Lecuona, interpretadas por conocidos cantantes de la Isla en fantasiosos decorados que reproducían desde la Plaza de la Catedral en una estampa del pasado, a una calle capitalina recorrida por una comparsa coreografiada por Sergio Orta.
Cinema, inmediatamente después de su estreno, promovió la nueva producción a partir de esa única razón de ser y su principal atracción: la selección, adaptación y escenificación de viejas y populares composiciones de Lecuona. «Nunca, en la historia del cine latinoamericano se ha realizado una obra musical de este calibre. Cancionero cubano encierra además la novedad de que el propio maestro Lecuona dirige su magnífica orquesta compuesta de cuarenta profesores —exageró un reportero—. Por ser la primera cinta de este género que se ha realizado en nuestro idioma, […] merece calificarse como una de las mejores películas que se hayan filmado en la América Latina». Semanas después publicó otras reseñas de esta película «saturada de una verdadera y alta cubanidad», todo sucede «con elegante naturalidad, aun aquellas escenas más ruidosas y en las que los espectadores tendrán que soltar la carcajada». Una nota informativa añadía:
Cancionero cubano (cien minutos de música cubana, de sano humorismo y de belleza inigualable) representa un esfuerzo más de nuestra industria cinematográfica; un esfuerzo plausible y meritorio, porque, abandonando las rutas y pautas trazadas de antemano, los productores se lanzan por un nuevo camino, apoyándose en lo que es esencialmente nuestro, en lo que representa y sintetiza el alma de nuestro pueblo: la música. Cancionero cubano, revista cien por cien, es la glorificación de la música cubana, interpretada por los cantantes más notables de la hora de ahora. Además, su trama sencilla y amable permite a los cómicos por antonomasia de nuestra patria a lucirse extraordinariamente.
El periodista del semanario Exhibidor, sin el menor compromiso con la productora, estimó que era preferible no haber cometido el atrevimiento de filmar la película con el carácter de revista musical como medio para «dar más a conocer nuestros ya famosos ritmos musicales». En su opinión, era necesario un factor muy importante del que carecía no solo la cinematografía nacional, sino los productores latinoamericanos, privativo hasta esa fecha de los estudios norteamericanos y europeos: «La fastuosidad, y muchos elementos de alto costo para la realización de una producción de esta índole que satisfaga». El crítico de esta «publicación cinematográfica de combate», no obstante reconocer la perfección del sonido y la fotografía y, por supuesto, la selección musical como lo único que realmente podía «salvar la película», comprendía la buena intención de «documentar a los públicos de nuestros bailes, de nuestra gran música», pero objetaba que para lograrlo: «Se requería escenificación de realce y, sobre todo, director, con un espíritu y alta visión de lo que es el arte cinematográfico, que en esta clase de películas tienen que señalarse mucho más. Por desgracia, Cancionero cubano en el orden de dirección: no hay un solo acierto. Fotografías plasmadas, sin ángulos, con escasos movimientos de cámara que hacen cansona la proyección, filmación sin gusto».
La reseña de Exhibidor por primera vez reconocía el carácter localista de los diálogos, con cierto abuso del dicharacho, simpáticos, «pero muy de nuestro patio» y estimaba que no ejercerían el efecto hilarante ante un público extranjero incapaz de comprenderlos. El único interés que podía suscitar una película como Cancionero cubano fuera de la Isla era por llevar «grabadas las melodías del gran maestro y la actuación de algunos de nuestros intérpretes».
Como «La Gran Semana Cinematográfica Cubana» fueron programados los días del 7 al 13 de agosto por los empresarios de los principales teatros de la capital unidos en estos festejos. Este auténtico acontecimiento fue un recorrido cronológico por las seis películas producidas por Películas Cubanas, S.A. a partir de su constitución en 1938. Abarcó desde Sucedió en La Habana y El romance del palmar, dirigidas por Ramón Peón, hasta las cuatro realizadas por Jaime Salvador: Mi tía de América, Estampas habaneras, La última melodía y Cancionero cubano, título inaugural de «la gran semana» y que sería el último producido por la firma. Coincidió la clausura de esos siete días consagrados a la cinematografía nacional con la valoración por el director de Cinema, Antonio Perdices, del estreno al cual su revista dedicó la portada del número anterior, y que no era más «que un pretexto para presentar un concierto del maestro Ernesto Lecuona animado con ilustraciones cinematográficas». En su editorial resaltó el sonido óptimo, «comparable al de la mejor producción de Hollywood», no así la fotografía:
Es lástima que las primeras escenas desentonen por estar en desacuerdo con la realidad en que se desenvuelve la producción; pero en este sencillo asunto que improvisó Pepito Sánchez-Arcilla, no falta el oportuno chiste, que entre canción y canción ameniza el espectáculo. La trama, por ser tan real, no tiene nada de original. [...] Jaime Salvador ya se va familiarizando con nuestro ambiente, en esta película no falta el sabor cubano y los personajes están mejor movidos que en otras ocasiones.
Como no desconocemos que esta realización se debe a una improvisación que ha resultado un gran acierto comercial, preferimos no analizarla minuciosamente, el poco tiempo de que se dispuso para su filmación no permitió hacer otra cosa. Esta película es un éxito garantizado. El público así lo quiso, y a él hay que darle lo que quiere. Nuestra sincera opinión es: que cuantos la vean, saldrán del cine satisfechos de haber disfrutado de un agradable espectáculo que invita a ser visto varias veces.
Con su sagacidad, «El Duende» (seudónimo de un cronista de la época), sintetizó el criterio generalizado: «Los “pecusianos” reconquistaron el mucho terreno perdido, con esta primera y verdadera revista musical (grande) que se filma en nuestro suelo. Cancionero cubano... no es una película hecha en Cuba, ¡no!... Es una película cubana... (y muy sabrosa)».